viernes, 21 de enero de 2011


El cambio social, los logros necesarios para la creación de nuevas  relaciones sociales, esos que sólo la gente de la calle sabe cuáles son, tienen que nacer en la calle, el barrio, los espacios vecinales.
 En esta época de crisis nos encontramos con los drásticos recortes  en la ya escasa inversión social de las instituciones públicas. Como consecuencia el desánimo se apodera de entidades sin ánimo de lucro que realizan su labor gracias a estos fondos y que ahora se ven imposibilitadas para seguir trabajando. A menudo el funcionamiento de asociaciones y ONG`s está completamente mediatizado y condicionado por esta situación ya que la costumbre  ha establecido una  relación de dependencia tal que se han incapacitado así mismas para ver más allá de la pura burocracia.
 Uno, la subvención lleva implícita una forma de hacer impuesta que no siempre es la más efectiva para dar soluciones a la necesidad y que esclaviza de por vida a la entidad en cuestión (“nadie muerde la mano que le da de comer”). Así año tras año (subvención tras subvención) se repite la misma forma de control de los poderes fácticos sobre las supuestas organizaciones “no gubernamentales” que no denuncian  abusos y nunca van en contra de los intereses de quien manejan los hilos aunque eso suponga a faltar a quien da sentido a su existencia.   Y es  que la espada de Damocles de la concesión o la retirada de la pela siempre está al acecho.
Dos, este engranaje  está tan interiorizado que nadie lo cuestiona porque ha logrado que la desconfianza  y la baja autoestima se apodere del espíritu de cada lucha y que la capacidad de supervivencia del  movimiento social sea cada día más inexistente.
Pongamos como contrapunto a las sociedades latinoamericanas en las que los individuos y los colectivos viven con absoluto recelo y desconfianza su relación con el Estado del que poco o nada pueden esperar. Precisamente esta situación genera individuos y colectivos más autónomos y capaces en el momento en que sus posibilidades dependen exclusivamente de ellos y a ellos mismos se deben.                            
Propongamos  un ejercicio de reflexión en el que abramos varios interrogantes: ¿por qué no intentarlo? ¿Por qué condicionar mi compromiso a este modus operandi? ¿Por qué quedarme esperando sumido en una pasividad destructiva si puedo intentar otros caminos? Comenzar a trabajar sin este lastre tal vez parezca una utopía o un suicidio anticipado, despojar al dinero de su valor debe generar por sí mismo otro sistema de trabajo y establecer otras relaciones entre colectivo e individuo. Esto por más de ser incierto ya me parece interesante por no ser lo impuesto ni lo establecido y tal vez merezca la pena comprobar hacia donde nos lleva o si es posible. Donde la meta no es el dinero no tiene sentido ninguna carrera hacia él, entonces el  vacío que deja quizás pueda llenarse con otros valores más interesantes y eficaces que ayuden en las conquistas sociales, la verdadera solidaridad entre la gente,  la confianza en la unión hace la fuerza.
Así queremos comenzar nuestra andadura,  caminar bajo esta esperanza con la ilusión y la confianza en los demás,  trabajando por y para nosotros y los demás.